lunes, 25 de noviembre de 2013

Magnicidios, medio siglo de convulsiones

Martin Luther King.
Martin Luther King. (n.g.)

En el último medio siglo, el asesinato de un presidente, un primer ministro o un gran líder no puede considerarse un hecho aislado. En todos los continentes han caído por los más diversos motivos. Los de John F. Kennedy y de su hermano Robert, un lustro más tarde, son solo dos de los casos. 

1961: Rafael Leónidas Trujillo

Los 31 años que se prolongó la Era Trujillo se resumen en un dato: el de las 50.000 personas que murieron a manos del régimen. Rafael Leónidas Trujillo gobernó con mano férrea la República Dominicana desde 1930 y lideró una de las dictaduras más sangrientas del siglo XX. Al final, el generalísimo, que combatió el comunismo y elevó su personalidad a categoría de culto, cayó a manos de once afectos al régimen. 

Ocurrió el 30 de mayo de 1961. El Jefe volvía a su casa de San Cristóbal con su chófer cuando fue víctima de una emboscada. A las diez menos cuarto de la noche, el coche en el que viajaba fue tiroteado. De las más de 60 balas que se dispararon, seis alcanzaron al generalísimo y le causaron la muerte. El asesinato de Trujillo, conocido como ajusticiamiento, fue perpetrado por once allegados a la dictadura en una conspiración tramada con Estados Unidos, que había sido el principal patrocinador del régimen trujillista y que participó en el crimen a través de la CIA. Al parecer, el interés de los estadounidenses por acabar con la vida del general se debió al temor a una revolución del pueblo dominicano. La represión constante y, sobre todo, acontecimientos como la violenta muerte de las hermanas Mirabal, firmes opositoras, o el intento de asesinato del presidente venezolano, Rómulo Betancourt, llevado a cabo por agentes de Trujillo, habían provocado el rechazo de todos los sectores sociales al gobierno dictatorial. 

Nadie limpió la escena del crimen, en la que eran visibles las armas y varias pistas que facilitaron al Servicio de Inteligencia Militar (SIM) la captura de los culpables del asesinato de El Chivo, otro de los apodos con los que se conocía a Trujillo. 

1968: Robert Kennedy

"Mi determinación de eliminar a RFK se torna cada vez más en una obsesión inamovible. RFK debe morir. RFK debe ser aniquilado. Robert F. Kennedy debe ser asesinado... Robert F. Kennedy tiene que ser asesinado antes del 5 de junio de 1968". Estas fueron las palabras que escribió Sirhan Bishara Sirhan, inmigrante palestino, en el diario que se encontró durante un registro en su domicilio. El magnicidio que acabó con la vida de Robert Kennedy, senador de los Estados Unidos, lo perpetró Sirhan el día que había fijado como fecha límite para llevarlo a cabo. Robert Kennedy, hermano menor del también asesinado presidente John F. Kennedy, se había proclamado ese día vencedor en las primarias demócratas de California, y estaba celebrando el éxito de su campaña en el hotel Ambassador de Los Ángeles. Tras ofrecer un discurso de agradecimiento a sus electores en el salón de los embajadores, Kennedy se encaminó a ofrecer una rueda de prensa en otra sala del mismo edificio. Mientras atravesaba el área de la cocina, repleta de una multitud de seguidores, Sirham sorprendió a los asistentes y comenzó a disparar contra Kennedy con un revólver calibre 22. Una de las tres balas que lo alcanzó le entró por detrás de la oreja izquierda hasta alojarse en el cráneo, resultando mortal. El senador fue trasladado al hospital Good Samaritan, donde falleció en la madrugada del 6 de junio, cinco años después del asesinato de su hermano. 

Sirham, que fue declarado culpable y condenado a cadena perpetua, sigue encarcelado en la Prisión Estatal de California. Durante el registro de su domicilio confesó a la Policía que su odio hacia el senador se debía al apoyo que había ofrecido al Estado de Israel. De hecho, la fecha del magnicidio coincidió con el primer aniversario del inicio de la Guerra de los Seis Días.

1968: Martin Luther King

"Como a todos, me gustaría vivir una larga vida (...). Pero no me preocupa eso ahora, solo quiero cumplir la voluntad de Dios". La noche del 3 de abril de 1968, en Memphis, Martin Luther King pronunció estas palabras en su célebre discurso He ido a la cima de la montaña. Con perspectiva, parecieron proféticas: al día siguiente fue asesinado. Para entonces, Luther King ya se había convertido en un símbolo en la defensa de la igualdad racial en Estados Unidos. Sus acciones de resistencia pacífica habían despertado oleadas de violencia contra el pastor, que ostentaba el premio Nobel de la Paz, y sus seguidores. Su vida aparentaba estar en peligro, y él parecía saberlo.

La tarde del 4 abril, King estaba en su habitación del motel Lorraine en Memphis, donde iba a encabezar una marcha de apoyo a los basureros de la ciudad. Salió al balcón y saludó a la gente que había venido a verlo. En el edificio de enfrente se escondía el francotirador que acabaría con su vida. King hablaba con su compañero y músico Ben Branch mientras el asesino esperaba el momento idóneo. Las últimas palabras de King fueron para su amigo. Le pidió que esa noche tocara Señor, dame tu mano y que lo hiciera "de la manera más hermosa". Segundos después, una bala atravesaba su cabeza dejando a los médicos sin opción de salvarlo.

Un delincuente habitual, James Earl Ray, fue declarado culpable del asesinato. Aunque en un principio admitió la autoría, murió en 1998 negando su implicación. La familia del Nobel de la Paz tampoco creyó que Ray fuese el culpable y apuntó durante años a la implicación del Gobierno. El misterio se mantendrá, probablemente, hasta 2029, fecha en la que se harán públicos los archivos de la investigación.

1973: Luis Carrero Blanco

Antes de ser presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco había probado suerte en el mundo de las letras. Bajo el seudónimo de Juan de la Cosa publicó La victoria de Lepanto, una obra que le valió el Premio Nacional de Narrativa. El libro era un alegato anticomunista, uno de los rasgos de identidad de su autor, junto a su profunda fe cristiana y su fidelidad a Franco. Estas cualidades le hicieron ir ganando puestos hasta que se convirtió en el primer presidente del Gobierno del régimen. Ese día, su mujer lloró desconsoladamente: estaba convencida de que su marido iba a ser asesinado.

Carrero escuchaba misa todos los días a las nueve de la mañana en una iglesia en la calle de Serrano, en Madrid, y un comando de ETA desplazado a la capital lo sabía. La operación Ogro, como se conoce al magnicidio, se había gestado de manera complicada: la idea inicial era secuestrar a Carrero y canjearlo por 150 presos de la banda terrorista, pero la fuerte escolta del presidente alentó un cambio de planes: había que asesinarlo. Ocurrió el 20 de diciembre de 1973, cuando llevaba poco más de tres meses en el cargo. A la salida de misa, cuando circulaba en el coche oficial por la calle Claudio Coello, una fortísima explosión lanzó por los aires el vehículo, que fue a parar al patio interior del contiguo convento de los jesuitas. 

El atentado contra Carrero Blanco fue un duro golpe a un régimen que hasta entonces no había calibrado la amenaza terrorista. Aquello trajo también consigo una imagen insólita para la opinión pública: por primera vez, y en público, se vio llorar a Franco. 

1978: Aldo Moro

La sentencia de muerte de Aldo Moro se fijó casi por casualidad: un día, un miembro de la organización terrorista de extrema izquierda Brigadas Rojas divisó al líder de la Democracia Cristiana (DC) en la iglesia de Santa Clara de Roma. Tras comprobar que hacía siempre el mismo trayecto, la banda decidió asesinarlo. 

El 16 de marzo de 1978, a las nueve de la mañana, un comando de unos diez terroristas se apostó en el cruce de la vía Mario Fani con Stresa. Moro, que había ostentado en dos ocasiones el cargo de primer ministro, se dirigía a la sesión de investidura del cuarto gobierno de Giulio Andreotti, que iba a contar con el apoyo inédito del Partido Comunista Italiano (PCI). En una operación diseñada por el líder de la banda, Mario Moretti, en tan solo tres minutos metieron al político en un coche y ametrallaron al chófer y a sus guardaespaldas. Comenzaba entonces un secuestro que duraría 55 días.

El de Aldo Moro fue un magnicidio a cámara lenta. Durante los casi dos meses que duró el cautiverio, el grupo terrorista hizo llegar comunicados y cartas del propio rehén dirigidas a su mujer y a sus compañeros de partido. Se llegó, incluso, a anunciar su muerte, que las Brigadas Rojas tuvieron que desmentir enviando una fotografía de Aldo Moro con el periódico La Repubblica del día anterior.

Ante la negativa del Gobierno a negociar, las Brigadas Rojas asesinaron a Moro y abandonaron su cuerpo en el interior del maletero de un Renault 4 en la vía Caetani, entre las sedes de la DC y el PCI. El cadáver fue encontrado el 9 de mayo acribillado con once balas. En octubre de 1993, el propio Moretti confesó ser el autor de los disparos. Este asesinato puso fin a la alianza entre democristianos y comunistas, una unión que no se veía con buenos ojos ni en Washington ni en Moscú en plena Guerra Fría.

1981: Anwar el-Sadat

Ante las 100.000 personas que se habían congregado en el estadio Medinet Nasr para contemplar el desfile militar conmemorativo de la guerra de octubre de 1973 contra Israel fue tiroteado el presidente egipcio Anwar el-Sadat el 6 de octubre de 1981. Falleció dos horas más tarde en el hospital Maadi de El Cairo.

El ataque se produjo a mediodía, cuando el desfile terminaba. Pasaban en esos momentos los tanques anticarro, cuando uno de ellos se paró y tres hombres se bajaron del vehículo. El-Sadat, jefe de Estado desde 1970, pensó que se trata de un homenaje sorpresa del Ejército y se puso en pie. Entonces, un fusil de asalto soviético abrió fuego desde el camión y alcanzó al presidente. A continuación, los tres individuos que se habían bajado abrieron fuego. El comando, formado seis personas, causó en 30 segundos la muerte de cinco personas, y dejó heridas a 38. Tres de los atacantes murieron en el tiroteo. Poco después, se recibieron llamadas anónimas que reivindicaban la autoría del atentado para la Organización Independiente para la Liberación de Egipto, pese a que en principio todo apuntase hacia los Hermanos Musulmanes.

No obstante, hay diversas teorías que especulan sobre los motivos. A nivel internacional, se habían producido los acuerdos egipto-israelíes por el que el país de los faraones recuperaba el Sinaí a cambio de reconocer al Estado hebreo. Los palestinos les acusaron de traidores, a la vez que fue marginado por el resto de países árabes. En el ajedrez de las relaciones internacionales, el-Sadat había apostado por acercarse al bloque occidental.

En clave interna, tuvo lugar una gran represión a la izquierda, incluso la moderada, que hasta entonces estaba ligeramente permitida; también contra los coptos, para intentar ganarse la simpatía de los musulmanes. Algunas teorías apuntaron también a la implicación de las fuerzas armadas en el magnicidio. 

1984: Indira Ghandi

La mañana del 31 de octubre de 1984, Indira Gandhi se había preparado para su primer compromiso del día: una entrevista que le iba a hacer Peter Ustinov, un actor y humorista británico que preparaba un documental. No se puso el chaleco antibalas y emprendió a pie el camino hacia su despacho, que se encontraba en un edificio a escasos 300 metros de su vivienda. Entre ambos inmuebles se había construido una barrera en la que se encontraban dos miembros de su guardia personal, Beant Singh y Satwant Singh. Fueron ellos quienes dispararon 33 balas contra la primera ministra, que murió en el traslado al hospital. 

El Gobierno indio, temeroso de que se desencadenaran desórdenes en las calles, demoró el anuncio de la noticia. Sin embargo, no pudo evitar que se extendieran los rumores por distintas ciudades del país. La confirmación llegó en forma de llamada a la sede de la agencia norteamericana Associated Press en Nueva Delhi. Un comunicante anónimo anunció: "Nos hemos vengado. ¡Viva la religión sij!". Tal y como preveía el Gobierno, las calles se convirtieron en un campo de batalla: más de 5.000 personas resultaron muertas. Rajiv Gandhi, hijo de Indira Gan-dhi, tomó posesión del cargo para evitar que la inestabilidad se apoderara del país. Siete años después, Rajiv Gandhi fue también asesinado en un atentado perpetrado por un terrorista suicida.

2007: Benazir Bhutto

Un velo blanco cubría parte de su cabello, sus labios lucían rojos por el carmín y su mirada adquiría todavía más fuerza gracias al carboncillo negro. Era el 2 de diciembre de 1988 y era una mujer la que estaba siendo proclamada Primera Ministra de Pakistán. El mundo estaba asombrado. Nunca antes había ocurrido en ese país, ni tampoco en ninguno islámico. Su nombre, Benazir, significa única, incomparable. Su apellido, Bhutto, aludía a una familia moderna para la época, a la que se les había llegado a llamar los Ke-nnedy de Pakistán. Su padre, Ali Bhutto, fue el primer ministro del país hasta que un golpe de Estado se llevó su vida por delante e impuso una dictadura. 

Tras la muerte del dictador, Benazir Bhutto recogió el testigo de su padre y volvió a la política. El apoyo que generaba en torno a su figura era apabullante. Ganó las elecciones dos veces, en 1988 y en 1993. En su primer gobierno abrió 48.000 escuelas, liberó a los prisioneros políticos, llevó electricidad a las casas, les facilitó agua y creó estaciones de Policía femenina. Mientras, fue objeto de feroces campañas de desprestigio que la llevaron a abandonar el cargo y la empujaron en dos ocasiones al exilio. Regresó en 2007 y el entusiasmo que generó en las calles pakistaníes pareció ser suficiente razón para su asesinato. Durante una marcha con simpatizantes, se oyeron tres disparos y una explosión: Bhutto había caído asesinada. La autoría no está esclarecida, pero la familia acusó al Gobierno que, temeroso de que ella les arrebatara el poder, pudo dar la orden de matarla.

Tomado de  http://www.noticiasdegipuzkoa.com

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