domingo, 18 de noviembre de 2012

Medios digitales en la cultura cubana

Entrada: El tema es vasto, y crece, pero estas notas no aspiran a tratarlo con hondura y exhaustividad. Apenas escarbarán con las yemas de los dedos, a saltos, sobre la relación planteada en el título, que invierte a propósito los términos del nombre de la Jornada.

 1/ A veces parece olvidarse, pero se sabe que la cultura no se reduce a lo ceñidamente llamado arte y literatura, pleonasmo en sí, pues la literatura es también arte. Más allá de gremios, mientras no se conozcan otros sitios habitados por seres que se hagan llamar inteligentes, lo que importa es entender la cultura como la obra con que la humanidad ha dado testimonio de su existencia, obra que debe favorecer el desarrollo de la especie y las relaciones entre sus integrantes. Por respeto a la convocatoria y a los organizadores de la Jornada, me sustraigo a la tentación de centrarme en una grata experiencia vivida hace poco: el buen trato que hasta por teléfono —fruto e instrumento de la cultura, también digitalizado ya— cultivan en sus diversos puestos los trabajadores del Cardiocentro William Soler. Ese es un hecho cultural, y merece multiplicarse para que verdaderamente disfrutemos de educación y cultura. Duele ver —recórrase La Habana a pie o en transporte público— la escasa correspondencia entre lo invertido por la nación en aquellas esferas y lo conseguido en un afán que debemos mantener con lucidez y tesón para conjurar la barbarie.

 2/ Los medios digitales se proclaman dueños del reino de lo virtual, pero en cultura es virtual todo aquello —disco, partitura, coreografía, libro o biblioteca, para no alargar más la relación— que permanezca en espera de realizarse: de ser ejecutado, utilizado o disfrutado por alguien o por un colectivo más o menos vasto o exiguo. Con gran utilidad y posible soberbia, desde su nombre los recursos digitales honran lo directamente animal y humano —manos y dedos—, y a uno de los más antiguos soportes de textos: en una computadora suele leerse como en un papiro, no como en un libro. No venimos de la nada.

 3/ Entre nosotros la tecnología ha avanzado notablemente, pero con frecuencia se ha satanizado. Ese asunto lo he tratado en varios artículos, como “¿Comprar a Cuba con telefonitos?”, aparecido en el portal Cubarte al conocerse que en el país se había abierto el camino para adquirir libremente teléfonos portátiles, como podríamos llamar a los denominados celulares o móviles. Ese detalle recuerda cuestiones del idioma, que no es un mero código mecánico; pero a ello he dedicado varias páginas ya, y aquí es posible que ni vuelva a rozarlo, por la presión del espacio, no porque carezca de importancia.

 4/ Para que el tratamiento de la cultura cubana en los medios digitales tenga el peso y la efectividad que le corresponde, ellos deben alcanzar en la cultura cubana la presencia pertinente. Pero tampoco hay que magnificarlos y suponer que bastan por sí solos. Ni para seguir trabajando hemos de sentarnos a esperar que los tengamos en la cifra y de la calidad deseables. De haber existido en el siglo XVI, las máquinas dactilográficas no habrían producido un Miguel de Cervantes. Pero el desarrollo del talento lo benefician los recursos materiales con que se trabaje y se difunda lo hecho. Así y todo, la base de una verdadera eficacia cultural —inseparable de la ética— se halla en el acierto de los conceptos rectores. Cientificismo y tecnocracia han servido, en el mundo, al colonialismo y a la opresión en general; pero las ciencias y la tecnología, frutos del trabajo, han sido y son fundamentales para el conocimiento y la acción, mientras que —máxime si se calza con el autoritarismo— la ignorancia sigue sobresaliendo entre las causas de aberraciones.

 5/ Saltando como liebre, o asomando como topo, el fantasma de la satanización de la tecnología recuerda cierto caso, no remoto, en que —según testigos— un cuadro de alto nivel dijo que los investigadores de un centro analizado estaban tan mal ideológicamente, o eran tan sospechosos, que querían tener computadoras hasta en sus casas. No por gusto se despertaron suspicacias cuando, en días en que se hablaba de la instalación de un cable de fibra óptica para mejorar la informática en el país, algunas voces se apresuraron a advertir que no debíamos hacernos ilusiones, porque el cable no tendría capacidad suficiente para garantizar los servicios de internet en las magnitudes deseadas. Hoy parece que nadie se ilusiona, y no porque dichos servicios no sigan siendo necesarios, sino porque ni siquiera se habla del cable. En eso, al parecer, no hay secretismo, sino secreto, y las causas pueden ser las más atendibles, pero no lo sabemos. Hasta donde alcanza a conocer quien escribe estas notas, nadie ha dado la esperada información.

 6/ Recientemente, en un órgano del país, al texto de una periodista cubana sobre la Crisis de Octubre, que en otros lares llaman de los Cohetes, se le quitaron líneas donde la autora no había hecho más que asumir palabras de Fidel Castro para explicar la presencia en Cuba de los cohetes —inseparables de tensiones geopolíticas— como fruto de la solidaridad soviética ante un posible ataque de los Estados Unidos contra el país caribeño. Las líneas las podó alguien encargado de cuidar estrategias editoriales, y que habrá sentido que se movía la tierra al ver que, cuando todavía el artículo de la periodista no se había impreso, el Comandante reiteró aquella idea. Sería interesante saber cuánto y cómo ha cambiado, y qué caminos sigue ahora, el pensamiento por el cual hace pocas décadas no faltarían los capaces de reprocharle posiblemente a Violeta Parra que en una gran canción diera “gracias a la vida”, sin más, y no “gracias a la vida, y especialmente a la Unión Soviética”.

 7/ Probablemente ciertas actitudes se relacionen, más de lo que sospechamos, con la herencia de procedimientos y criterios que pudieran suponerse llegados a la cultura y a la política, desde terrenos como la política eclesial. En las tinieblas del Medioevo, y contra la luz que se abría por entre ellas, ciertos monjes tenían la tarea de leer y filtrar los textos para decidir cuáles debía conocer el resto del clero, y cuáles le estarían vedados, con el santo propósito de impedir que el diablo se metiera en el magín y en el cuerpo de los sacerdotes. Hoy es posible que un código de ética —de ética, palabra que debería servir a otros fines— dé pie para inferir o establecer que hay sitios digitales a los que un periodista puede acceder únicamente con permiso del jefe, y jefes habrá que deban ejercer esa prerrogativa, y algunos hasta se ufanarán de tenerla, aunque ella recuerde las bulas pontificias.

 8/ Lo dicho es inseparable de eso que a lo largo de años ha recibido nombres como síndrome del silencio o, en la actualidad, secretismo, y que no debe confundirse con la prudencia y la responsabilidad informativas necesarias para la salud ciudadana, no solo en el caso de un país asediado. Aquel es, por el contrario, un mal que la dirección del Estado cubano y del Partido Comunista de Cuba ha llamado a erradicar porque resulta dañino para la nación. El llamamiento se vincula con otro: el reclamo de los necesarios cambios de mentalidad, que, añádase, a veces requerirán cambiar mentes. Ambas convocatorias se insertan en las transformaciones experimentadas por el país, que no cuajarán en un día ni mostrarán en unas pocas semanas sus resultados, cualesquiera que estos sean, y ojalá resulten óptimos. No se dice por resignación, ni siquiera por desconfianza, sino por las tercas y desafiantes complejidades de la realidad objetiva y del pensamiento.

 9/ Con dificultades y riesgos inevitables, Cuba cambia, aunque lo nieguen sus enemigos y no lo desearan algunos conscientes o inconscientes defensores del quietismo, para quienes nada debería modificarse, empezando tal vez por facultades y beneficios concretos que ellos disfrutan. No hay que augurarles muchas satisfacciones a los fanáticos del silencio y del secreto, ni en general a quienes confundan no dar el brazo a torcer con mantener el brazo rígido hasta que se fracture y se torne inservible o, todavía peor, se gangrene. Contra esa actitud se yerguen hechos como las recientes modificaciones —verdadera sacudida en muchos órdenes— de las normas migratorias. Pero no se descarte que, ante la igualmente esperada sacudida contra el secretismo, ocurra algo similar a lo que a veces parece darse con respecto a los cambios en aquellas normas: vienen a convencernos de su pertinencia algunas mentes que hace poco parecían no verlos con buenos ojos, o los rechazaban.

 10/ La cultura cubana, la vida del país, debe vencer obstáculos diversos, con o sin medios digitales, aunque sería suicida renunciar a ellos. La erradicación de males como el secretismo no debe propiciar lo que a veces parecería que ha seguido a la sana rectificación del llamado quinquenio gris, cuyos errores no cabe ver —al menos, no todos, ni los principales— como iniciativas de individuos aislados, sino como criterios y métodos que duraron porque tenían el crédito de estimarse revolucionarios. Ningún buen logro debe ni merece ser aval o pretexto para el temor a ejercer los cuidados que se deban mantener en la protección de valores y conceptos necesarios para la salud de la cultura y, en general, de la ética ciudadana y el funcionamiento de la nación.

 11/ Los medios digitales proporcionan para el trabajo facilidades que geométricamente multiplican las debidas a la revolución que introdujo Gutenberg, y no deben servir, ni dar pretexto, para impericia, irresponsabilidad o falta de rigor, ni para imponer caprichos “técnicos”. El autor de estas notas bogó durante años, y escribió el artículo “¿Frigidez republicana?”, para que en un sitio de un importante organismo cubano se rectificase el texto que describía al Escudo Nacional como coronado por un “gorro frígido”. Ahora, acaso por ignorancia, duda ante sitios y páginas —incluida la Ley No. 42 de 1983, De los símbolos nacionales— donde se lee que está orlado por sendos ramos de laurel y de encina. Esta es una planta que también tiene prestigio heráldico; pero desde niños leímos y oímos que los ramos eran de laurel —símbolo de la victoria desde los antiguos romanos—, y de olivo, que representa la paz. ¿Tendrán el mismo significado el olivo y la encina? Esta pertenece a la familia de las fagáceas, y produce la bellota, valioso alimento para cerdos destinados a la industria del jamón; y aquel es una oleácea que da la oliva o aceituna. Por lo general, esta última es más pequeña que la bellota de la encina, y tras el correspondiente proceso se torna degustable; pero su mayor importancia es que de ella se extrae el conocido aceite, tan grato al paladar y beneficioso para la salud. Habrá, pues, que indagar si, además del ramo de laurel, el otro que tiene el Escudo es de encina o de olivo, que no son la misma cosa, aunque ambas especies sean comunes en las cercanías del Mar Mediterráneo, no en las del Caribe, donde también se agradecería que prosperasen.

 12/ Los medios digitales —o así llamados, pues también el linotipo se operaba con los dedos y no recibió ese calificativo— deben facilitar la producción editorial, no afearla ni empobrecerla. Los libros, digamos, tienen su historia, y habría que ver si, para manejar más fácilmente dichos medios y simplificar el trabajo, es ineludible alterar la foliación y que la página numerada 1 aparezca donde iría la 5, la 7 o a la que fuere: ya se usen números romanos o arábigos, la primera página de un volumen es la primera, no la que más cómodo resulte para diseñadores, operadores de máquinas y editores. Cabría preguntarse, además, si debe Cuba adoptar —lo que podría ser un tributo más al canon anglosajón: el de la OTAN y el idioma y la moneda imperantes hoy— la práctica de poner los índices al inicio de los libros, y no al final, donde estamos acostumbrados a verlos bien hasta para la belleza del diseño, y para que no se atraviesen como talanquera al inicio del texto.

 13/ Tenga el nombre que tenga, ningún medio debe gozar de mayores prerrogativas que la buena educación, ni de espacio mejor atendido que ella. La tecnología no autoriza a imponer ni obliga a sufrir la impertinencia de ruidos que entorpezcan encuentros varios. En foros como este, organizado por una institución que trabaja al servicio de la cultura, los teléfonos portátiles deberían apagarse, o ponerse en modo de silencio, o de vibración, para personas que por sus funciones —quizás vitales con miras al destino incierto de la humanidad y las urgencias del país—, o por su pasión comunicativa, se vean impedidas de renunciar al teléfono mientras dure una cita profesional a la que, se supone, han acudido para saber qué se dice en ella, y participar como proceda, sin molestar a otros participantes. No hay que castigar con voces ni con alarmas sonoras, es decir, con ruidos, a quienes intentan apoyar, hacer realidad o aprovechar un coloquio o una representación artística.

 Salida: El tema que nos reúne es de gran importancia, y hace pocos años era impensable en el país. Pero el tiempo es más que oro, y el programa de la Jornada debe respetarse. Estas notas se interrumpen aquí, a riesgo de quedar marcadas por un dígito aciago. No hay que estropear con los dedos lo que deba hacerse bien con la cabeza. ¡Ah, si fuéramos perfectos!
* Leído el 12 de noviembre de 2012 en la III Jornada de la Cultura Cubana en Medios Digitales
Publicado en el Foro digital del encuentro,  y en su Blog "Luis Toledo Sande: artesa en este tiempo"
 Ponenecia de Luis Toledo Sande.

Tomado de La Polilla Cubana

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